El crecimiento demográfico de las ciudades fue una
consecuencia de la Revolución Industrial, durante el siglo XIX. Las personas se
movilizaban desde las zonas rurales a las grandes urbes, al calor de la
necesidad de mano de obra alrededor de la creciente necesidad industrial.
Consecuentemente, el aumento de población supuso una urgente
necesidad de espacio habitacional donde alojar a esa población desplazada.
Además supuso plantear soluciones a los problemas higiénicos y sanitarios, que
derivaban en auténticas epidemias sociales.
La primera Ley de Ensanche se aprobó en España el 29 de
junio de 1864. Con ella se dotaba a los Ayuntamientos de la época de una
herramienta legal que capacitaba al ente local a expropiar nuevos terrenos para
el crecimiento de los núcleos urbanos y dotar de nuevos viarios y dotaciones al
tejido urbano.
El primer ensanche que se planificó y se empezó a ejecutar
fue el de Barcelona, diseñado por el ingeniero Ildefonso Cerdà. El trazado de
viarios en cuadrícula, que dejaban manzanas edificables de 115 metros con sus
esquinas achaflanadas, las profundidades edificables, los patios interiores que
permitían dotar de servicios públicos y jardines, las calles de 20 o 50 metros
de anchura… definieron el ensanche idealizado en España y que fue adaptado a
otras ciudades como Madrid o Valencia.
Estas actuaciones permitieron dar soluciones habitacionales
a las grandes demandas de vivienda que demandaban la inmigración de las zonas
rurales. La población se repartió entre la ciudad antigua, intramuros, y el
ensanche.
En diciembre de 1995, los españoles empezamos a utilizar el
euro como nuestra moneda. Este hecho implicó que se flexibilizara el mercado
financiero entre los países que adaptaron el euro. Se eliminó la incertidumbre
del cambio de divisa y los costes de conversión. Los países perdieron su
capacidad de política monetaria. En España empezó a entrar una facilidad
crediticia como nunca había existido en el país.
En 1997, esa facilidad de acceso a la financiación de las
empresas, conjugado con políticas y legislaciones que lo potenciaban, se originó
lo que después se denominó la burbuja inmobiliaria. El ladrillo siempre ha sido
en este país el sector económico que más revulsivo ha generado en las altas
tasas de desempleo y la perspectiva de que la vivienda, además de ser un bien
de primera necesidad, pueda considerarse una inversión segura y de cierta
rentabilidad, hizo que en este país se construyeran una enorme cantidad de
viviendas. Muchas más de las que demográficamente se precisaba.
Como en la revolución industrial, las ciudades aumentaron su
superficie urbana. No obstante, a diferencia de aquella época, no existía una
necesidad habitacional, demográfica. No existía una inmigración destacable a
las ciudades. No era precisa la construcción de esas viviendas.
El resultado ha sido que muchas ciudades hayan tenido un
crecimiento artificial de su suelo urbano, lo que conlleva una serie de
consecuencias desastrosas para las ciudades:
Primero, la creación de nuevos suelos urbanos, con mejores
dotaciones públicas, ha potenciado la despoblación y terciarización de los
centros históricos. La población se ha desplazado a los extrarradios de nueva
creación, en detrimento de la ciudad vieja. En consecuencia, los servicios
públicos en los centros se degradan y los focos económicos se centran en los
ejes comerciales y terciarios.
Segundo, a pesar de las plusvalías del proceso de
transformación urbanística con las que participa la Administración, los
sobrecostes de mantenimiento de las nuevas urbanizaciones sumadas a las
antiguas han provocado el colapso presupuestario en muchos municipios.
Tercero, existe un exceso de suelos dotacionales de dominio
público, comparado con la realidad demográfica, generalmente ubicados en las
zonas de nueva urbanización.
Cuarto, la movilización hacia los extrarradios ha provocado
el colapso de las antiguas vías de comunicación, sean públicas o infraestructuras
de transporte privado. El desplazamiento de las nuevas zonas residenciales a
los centros terciarizados por motivos laborales satura las arterías de comunicación
en las horas punta.
Quinto, se pierde el modelo clásico de ciudad. Los nuevos
modelos de crecimiento urbano suelen generar zonificaciones residenciales,
debido a la rentabilidad que se derivaba de la especulación con la vivienda.
Por lo tanto, los suelos de crecimiento urbano se dedican como ciudades dormitorio
sin mezcla de usos.
Fue un error plantear políticas de ensanche a la burbuja
inmobiliaria, cuando había una necesidad de inversión en la ciudad existente.
Cuando no había una demanda evidente de viviendas. Cuando la vivienda no debía
convertirse en un activo del mercado. Cuando se perdió el interés general de ese
derecho, cayendo en manos de la especulación. Es fácil descubrir los errores
del pasado. Lo difícil es evitar que vuelvan a ocurrir.
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